10.7.11

Fragmento de "Los caminos a Roma", de Fernando Vallejo (1988)


Esta tarde llegaron a la residencia un grupo de muchachos judíos que vienen por Europa de Israel, músicos ellos. Con sus instrumentos, con sus maletas, con su alboroto los vi llegar pero no les presté atención. Ahora estoy pensando en ellos cuando siento una presencia que se acerca. Vuelvo los ojos: una aparición avanza, flota, bañada en los rayos azulosos de la luna, por el corredor. Es una niña, una chiquilla y viene sonriendo.
De la conversación que sostuvimos, portentosa, jamás lograré recobrar las palabras. Hablábamos en español. Yo en mi español actual, sin alma; ella en un español extraño, arcaico. Me hablaba de vos, pero no era el vos de Antioquia que es vos y tú, ni era el vos mayestático. Era un vos que nunca antes había oído. Suyo, sólo suyo. ¡El vos que usó Castilla cuando su lengua no conocía el usted! “Vos he visto al llegar”. ¿Es lo que dijo? Ya no lo recuerdo. ¡Y los vocablos! ¡Los lejanos, los perdidos vocablos! No decía los muchachos, decía los mancebos. ¿Los mancebicos, dijo? ¿Los manciebillos? Los que venían con ella de Israel y que no hablaban castellano. El castellano, dijo, se lo enseñó su abuela, que ya murió. Y salvo con ella con nadie más lo había hablado en el mundo hasta ahora, que me encontraba a mí. Mi abuela vive, pensé, y soy doblemente afortunado porque te encuentro, niña. “¿De dónde venís?” me preguntó su dulzura. Y en el momento irreal, mirándose la ondina, meciéndose el ahorcado, recobraba la gracia en su voz infantil, el acento, la perdida viveza, y oía las dobles eses y la ce con cedilla que nadie que viva ha oído en mi idioma. Yo, sólo yo. Mi ignorancia entonces no lo supo. Años después descubrí la razón del prodigio. Era el judeo-español, el español sefardita, el de los sefardíes que echaron de España, quinientos años ha. El que se fue de Toledo expulsado por los Reyes Católicos al Cairo, a Estambul, a Salónica, con los pobres, irredentos judíos. El que aprendió Colón y el que tomó a Granada. El del Gran Capitán y el de Fernando de Rojas, en que vendió doncellas Celestina y se dijeron su amor Calixto y Melibea como quisiera decírtelo esta noche, en este instante, en este corredor, a ti, niña, si pudiera, si supiera, si tuvieras las palabras… Ya no se mira la ondina en las aguas ni se mece el ahorcado. Está sonando el Scarbó, ¿no te asusta?
Déjame revivir un instante el instante. Déjame oírte, recobrarte, recobrarme en el común origen, el viejo idioma mío, mío y tuyo, que he olvidado. El que le llegó a tu abuela --¿a Salonic? Dímelo, ¿o a Alcazarquivir? ¿o a Lárissa? En el áspero Magreb o en los reinos levantinos del Sultán – y que por tan distintos caminos le llegó a la mía, a Antioquía, en una goleta desafiando la mar hasta arribar a tierra, a otro mar, de ciénagas, y por senderos fragosos, bordeando precipicios, hasta la bella villa mía, Medellín de La Candelaria donde se quedó encerrado entre montañas… Quinientos años tenían que haber pasado para volverlo a oír, en Roma, de tus labios, niña. Pero no. Lo que oigo es el eco.
“¿Antioquía, dixistes?” Antioquía, trocándose ha el acento. Dexando portiellos y feniestras bajo fuertes cerrojos se fue la judería de Toledo llevándose consigo nada. O sí: las pesadas llaves de fierro de sus casas y el habla de Castilla.
Año de mil cuatrocientos y noventa y dos, en la cibdad de Toledo, la postrera noche antes de que amanezca el día. Quebrádose ha un spejo. Dexan los judíos las sus casas e cortijos, vánse por todos los rumbos como espigas que vola el viento.
Un aljibe dexamos en el patio y en el huerto un manzano. Y adentro las camas hechas con sus almohadas mullidas, sus cobertores de lino, sus sábanas de Holanda, y una gola de aceite en la cocina y un almud de garbanzo y un quintal de patata, y en el fogón un rescoldo, y en la sala mil ducados y unos libros romanzados y los cirios apagados y el candelar de siete brazos. Y ropas por las alcobas, chapadas de plata fina, de gran valía, ropa de Pascua, hilos, cendales, brocados, unos grandes alfamares, la rueca, el arca, una vihuela, la cuna y un cascabel.
Alboreaba. En la villa de Toledo quebrádose ha un espejo. Se va la judería, se van, nos vamos. Nos vamos por ajeno arbitrio, echados de la su España. Puertas agora se cierran y candados sobre aldabas. Como otros días ladra un gozque, canta el gallo, despunta la alborada, mas nada volverá a ser igual, un cristal se ha rompido. Mas non vos cuento más por vos non detener. Mocita: ¿No íbamos pues a casarnos? ¿No íbamos a adornar la sinagoga con cintas de flores? ¿No iban a durar las bodas siete días, a la usanza de Castilla? Iban, iban, iban. Siglos han llovido. La vieja sinagoga hoy es Santa María la Blanca. ¿Y qué? ¿Los mismos arcos no caen sobre los mismos capiteles? Mi Dios es tuyo o tu Dios es mío. No, ahora sobre el recuerdo crecen las hierbas. No crecen, niña: ¿no estoy contigo a solas acodado en la baranda, mirándote tú en mis ojos? ¿A solas? La luna se sonreíba cansada de oír historias, las mismas viejas historias, razones (o sinrazones) de amor. Mocita: si por tan distintos caminos llegamos al mismo sitio… ¿Qué mi idioma se ha hecho nuevo y el tuyo viejo? ¡Qué importa! Una sola cosa de quiero decir, mocita, pero no te la digo ahora, te la diré mañana. Ahora la muerte corre por el teclado, contando el Scarbó su terrible cuento de horror. ¿No te espanta?
Subieron los mozos con su algarabía y se la llevaron. Calló el piano, se metió la luna en sus oscuridades y volví a estar solo. Entre la diáspora de estrellas una estrellita nueva, de seis picos, que no había visto, quedó brillando: la errante estrella de Sión.
Tu hermosa frente, tu bella boca, tus lindos ojos… Un gran dolor en el pecho no me deja dormir, como si algo se me incendiara. Debe de ser el corazón, que me quema. En los secos montes de Antioquía contigo me he fraguado un castillo. Mañana, cuando amanezca, te lo diré, que no pude dormir anoche pensando en vos. Amaneció y fui a decírselo: en el silencio de la casa se había ido. Se van llevándose sus instrumentos, sus equipajes, su alegría. A mí me dejan el corazón, que me estorba.
Palabrería. Marihuanadas. El amor es una gonorrea del alma. Con perdón.